La lucha contra el cambio climático se ha convertido casi en una obligación, y las tecnológicas tienen ante sí un importante reto, pues pese a ser un sector relativamente nuevo, cargan a sus espaldas con el peso de una alta contaminación.
Esta semana se celebra en Madrid la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2019. La lucha contra el cambio climático se ha convertido casi en una obligación. Desde el usuario de a pie hasta empresas grandes y pequeñas, todos tienen ante sí el deber de trabajar por revertir una situación que empieza a ser extrema. Ante esto, las tecnológicas tienen ante sí un importante reto, pues pese a ser un sector relativamente nuevo, cargan a sus espaldas con el peso de una alta contaminación. Para combatir esta amenaza, es necesario cambiar la forma de producir, consumir y distribuir la energía, la cual debe ser 100% renovable, eficiente e inteligente.
Internet, una herramienta que utilizamos a diario, a la que acudimos para cualquier cuestión o para mero entretenimiento. No es algo material, pero no por ello se libra de contaminar. Según los datos de la compañía analítica Cumulus Media publicados en Visual Capitalist, cada minuto se envían en el mundo 38 millones de mensajes de WhatsApp, se visualizan 266.000 horas de Netflix, 4,3 millones de vídeos en YouTube y se realizan 3,7 millones de búsquedas en Google. Esto se traduce en que si Internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo.
Para 2020, más de 30 mil millones de dispositivos estarán conectados a Internet, tal y como afirma el informe Big Data 2015 de la OBS Business School, y cerca de 4.100 millones de usuarios.
Tanta información requiere de unos centros de datos que alcanzan extensiones de hasta 130.000 metros cuadrados en una ciudad como Tokio, los cuales son altamente contaminantes. Además, están las redes de comunicación, los dispositivos de los usuarios y la energía necesaria para fabricar los equipos, éstas son las cuatro áreas de amplia demanda de energía que conlleva el funcionamiento de Internet. La huella ecológica de este tráfico digital equivale a un consumo aproximado del 7% de la electricidad mundial según Greenpeace.
La consultora Mckinsey calcula que para el año 2020, el mercado de las tecnologías de la información producirá en torno al 3 o 4% de todas las emisiones de CO2 del mundo.
Si bien la nube como tal no es algo físico, sí lo son los centros de datos necesarios para su existencia. Al analizar el impacto climático de un centro de datos, se debe considerar la utilización de los recursos y la eficiencia energética, así como la combinación de fuentes de energía. Según explican desde AWS, las emisiones de carbono vienen dadas por tres factores: el número de servidores en funcionamiento, la energía necesaria para alimentar cada servidor y el porcentaje de uso de fuentes de energía emisoras de gases contaminantes.
La eficiencia energética de un centro de datos local suele ser un 29% inferior que la de un proveedor de servicios en la nube a gran escala, ya que estos cuentan con diseños de instalaciones, sistemas de refrigeración y equipos optimizados para las cargas de trabajo de primera clase. Al sumar estos factores (el uso de menos servidores y la mayor eficacia energética de los servidores), los clientes solo necesitan un 16% de la potencia en comparación a una infraestructura local, lo que representa una reducción del gasto energético del 84%. Esta importante mejora en la eficiencia energética conlleva una gran reducción en el impacto medioambiental, ya que, al consumir menos energía, se emite menos carbono.
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